sábado, 3 de noviembre de 2007

FIN DEL MUNDO DEL FIN

FIN DEL MUNDO DEL FIN

Como los escribas continuarán, los pocos lectores que en el mundo

había van a cambiar de oficio y se pondrán también de escribas. Cada vez

más los países serán de escribas y de fábricas de papel y tinta, los escribas

de día y las máquinas de noche para imprimir el trabajo de los escribas.

Primero las bibliotecas desbordarán de las casas; entonces las

municipalidades deciden (ya estamos en la cosa) sacrificar los terrenos de

juegos infantiles para ampliar las bibliotecas. Después ceden los teatros, las

maternidades, los mataderos, las cantinas, los hospitales. Los pobres

aprovechan los libros como ladrillos, los pegan con cemento y hacen

paredes de libros y viven en cabañas de libros. Entonces pasa que los libros

rebasan las ciudades y entran en los campos, van aplastando los trigales y

los campos de girasol, apenas si la dirección de vialidad consigue que las

rutas queden despejadas entre dos altísimas paredes de libros. A veces una

pared cede y hay espantosas catástrofes automovilísticas. Los escribas

trabajan sin tregua porque la humanidad respeta las vocaciones y los

impresos llegan ya a orillas del mar. El presidente de la República habla por

teléfono con los presidentes de las repúblicas, y propone inteligentemente

precipitar al mar el sobrante de libros, lo cual se cumple al mismo tiempo

en todas las costas del mundo. Así los escribas siberianos ven sus impresos

precipitados al mar glacial, y los escribas indonesios, etcétera. Esto permite

a los escribas aumentar su producción, porque en la tierra vuelve a haber

espacio para almacenar sus libros. No piensan que el mar tiene fondo y que

en el fondo del mar empiezan a amontonarse los impresos, primero en

forma de pasta aglutinante, después en forma de pasta consolidante, y por

fin como un piso resistente, aunque viscoso, que sube diariamente algunos

metros y que terminará por llegar a la superficie. Entonces muchas aguas

invaden muchas tierras, se produce una nueva distribución de continentes y

océanos, y presidentes de diversas repúblicas son sustituidos por lagos y

penínsulas, presidentes de otras repúblicas ven abrirse inmensos territorios

a sus ambiciones, etcétera. El agua marina, puesta con tanta violencia a

expandirse, se evapora más que antes, o busca reposo mezclándose con los

impresos para formar la pasta aglutinante, al punto que un día los capitanes

de los barcos de las grandes rutas advierten que los barcos avanzan

lentamente, de treinta nudos bajan a veinte, a quince, y los motores jadean y

las hélices se deforman. Por fin todos los barcos se detienen en distintos

puntos de los mares, atrapados por la pasta, y los escribas del mundo entero

escriben millares de impresos explicando el fenómeno y llenos de una gran

alegría. Los presidentes y los capitanes deciden convertir los barcos en islas

y casinos, el público va a pie sobre los mares de cartón a las islas y casinos,

donde orquestas típicas y características amenizan el ambiente climatizado

y se baila hasta avanzadas horas de la madrugada. Nuevos impresos se

amontonan a orillas del mar, pero es imposible meterlos en la pasta, y así

crecen murallas de impresos y nacen montañas a orillas de los antiguos

mares. Los escribas comprenden que las fábricas de papel y tinta van a

quebrar, y escriben con letra cada vez más menuda, aprovechando hasta los

rincones más imperceptibles de cada papel. Cuando se termina la tinta

escriben con lápiz, etcétera; al terminarse el papel escriben en tablas y

baldosas, etcétera. Empieza a difundirse la costumbre de intercalar un texto

en otro para aprovechar las entrelineas, o se borra con hojas de afeitar las

letras impresas para usar de nuevo el papel. Los escribas trabajan

lentamente, pero su número es tan inmenso que los impresos separan ya por

completo las tierras de los lechos de los antiguos mares. En la tierra vive

precariamente la raza de los escribas, condenada a extinguirse, y en el mar

están las islas y los casinos, o sea los transatlánticos, donde se han

refugiado los presidentes de las repúblicas y donde se celebran grandes

fiestas y se cambian mensajes de isla a isla, de presidente a presidente y de

capitán a capitán.


JULIO CORTÁZAR, Historias de cronopios y de famas.

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